Aunque en el fondo Platón, a primera vista pareciera que la acción ocurrida en el texto “Fueron testigos” de Rosa Chacel se encuentra un cuadro de Francis Bacon. Particularmente me refiero a aquellos de los de la década de los setenta pero cuyo fondo resulta previsible desde años antes. Mientras tanto, la publicación del cuento de Chacel, parece ocurrir durante su exilio voluntario a causa de la guerra civil española entre los cincuenta y sesenta. Y es que el trabajo de ambos desde cierto ángulo recuerda la transformación de la materia.
Una particularidad de los cuadros de Bacon es el hecho de que el personaje(s) o los objetos, se encuentran enmarcados (en ocasiones) bajo una forma que no sé si llamar helicoide. En otras, los envuelve un cubo. Lo importante es que esta configuración siempre recuerda un escenario; o mejor dicho, lo figura. De esta manera, el espectador de la pintura, es en verdad testigo de lo que ocurre en el instante en el que los cuerpos se deforman mediante los trazos de Bacon.
El caso de Chacel no es diferente. Lo que ocurre en el texto es lo que ilustran muchos de los cuadros de Bacon: un hombre que se derrite. Pero esta vez el escenario es distinto, es decir, la acción ocurre en un espacio abierto (la calle). En la pintura son cuartos específicos e iluminados. Pero en ambos, los actores literarios, como los espectadores de una pintura, se reunen para presenciar el momento en el que el hombre derritiéndose, termina por desaparecer entre las losas. Una escena que en ambos casos pareciera tratarse de una ceremonia en la que los testigos no están muy seguros del contenido. El título está de acuerdo con la acción.
En “Fueron Testigos” un hombre se vuelve incapaz de volver a articular palabra después de observar lo que le acontece al hombre en su cambio de estado. Su voz, como el hombre que yace tendido, también se desfigura; el impacto es tal que sólo puede emitir sonidos guturales y gritos. Habrá entonces que recordar los diversos personajes que en Bacon ilustran esta acción.
Confieso por último que lo anteriormente dicho es puro impresionismo tras una primera lectura del texto. Es como la conversación, el comentario que no tuve con nadie. En algún momento, suponer la comparativa entre Bacon y Chacel no me pareció tan descabellada al revisar la biografía de ésta última. Sus estudios lejos de la literatura, se dirigieron más bien a la pintura, e incluso estuvo casada con el pintor Timoteo Pérez Rubio. Sin embargo, la única obra de la que se arrojan resultados en el buscador es sobre letras: novela, cuento, ensayo y poesía. Saber cuál era el estilo y técnica de Chacel como pintora, lo averiguaré después, o quizá no. Es tal vez irrelevante.
Probablemente Chacel nunca conoció a Bacon entre sus numerosos viajes durante sus noventa y seis años. En su biografía no se menciona ni Londres, ni Irlanda (lugares en los que el pintor estuvo en mayor medida), seguramente habrá varios sitios que en las biografías por alguna razón resultan de poco interés. Sólo es Nueva York la ciudad que geográficamente los une pero que temporalmnte los separa.
Por otra parte, hay que decir que en el fondo de ambas obras subyace una intención diferente. Sobre todo en el caso de estas pinturas boquiabiertas y desfiguradas de Bacon. Como sea, mientras leía a Chacel no pude dejar de pensar en Bacon. De ilustrar el texto con las pinturas. Pero ya, es en este escrito en el que los uno por última vez. Lo siento, tenía que decirlo.
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